El fallecimiento del papa Francisco, conocido como un líder social y reformador, marca un momento trascendental en la historia reciente de la Iglesia Católica. El ex cardenal Jorge Mario Bergoglio se convirtió en una figura emblemática al asumir el papado con una mezcla de humildad y determinación, representando a un pastor “del Fin del Mundo”. Su elección reflejó un simbolismo profundo, subrayado por su decisión de llamarse Francisco en honor a San Francisco de Asís, un santo asociado con la pobreza y la solidaridad. Desde el inicio, Bergoglio se presentó como un papa cercano a los desposeídos, comprometido con una agenda de reformas y cambios dentro de la Iglesia que buscaba alejarse de los lujos y acercarse más al mensaje original de cristianismo basado en la compasión y la justicia social.
Durante su papado, Francisco adoptó un estilo de vida sobrio, desafiando las convenciones tradicionales del Vaticano. Su preferencia por alojamientos sencillos y vehículos modestos, así como su papel activo en asuntos globales como la migración y la igualdad social, cimentaron su imagen como defensor de los marginados. Sus mensajes escritos y encíclicas reflejaron una preocupación profunda por los pobres, criticando las desigualdades económicas y abogando por un mundo más inclusivo. Incluso en sus últimas horas, se mantuvo firme en sus convicciones, sosteniendo diálogos sobre compasión y defensa de los derechos humanos. Con su partida, deja una Iglesia en un momento de reflexión sobre su futuro y legado, en un mundo que aún lidia con numerosos desafíos sociales y políticos, desde el auge del populismo hasta las crisis de derechos humanos.
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