En el contexto actual, Europa se enfrenta a un desafío crucial: tomar un papel activo en la arena internacional para no quedar relegada simplemente a ser un contribuyente financiero. La urgencia de esta situación se ve impulsada por la creciente influencia de potencias como China y Estados Unidos, cuyas agendas globales pueden eclipsar las prioridades europeas. La dinámica de poder establece que quienes no asumen el rol de actores determinantes en el escenario mundial corren el riesgo de limitar su papel al de meros pagadores o espectadores pasivos, perdiendo así la oportunidad de influir en decisiones clave que afectan directamente a sus intereses.
La Unión Europea debe abordar esta cuestión fortaleciendo su política exterior y de defensa para asegurar una voz unificada y relevante en debates globales. Para ello, es imprescindible una mayor cohesión entre sus estados miembros, lo que permitiría a Europa no solo participar sino liderar en áreas como la tecnología, el cambio climático y los derechos humanos. Esta estrategia implica también la necesidad de invertir en innovación y capacidades propias, reduciendo la dependencia de actores externos. El futuro de Europa, por tanto, depende de su capacidad para evolucionar de ser un gigante económico a un líder político competente en el siglo XXI.
Leer noticia completa en El Mundo.