En el corazón de Europa, el fenómeno «woke» se enfrenta a un desafío incontenible en la figura de Elon Musk, cuya influencia y fortuna le permiten impactar críticamente en el panorama político del continente. Musk ha comenzado a centrarse en los delitos sexuales cometidos por inmigrantes ilegales en Europa, empleando su poder y presencia en redes sociales para visibilizar aspectos que muchos consideran tabúes. La reacción en Europa ha sido mixta, con líderes como el canciller alemán Olaf Scholz criticando abiertamente la interferencia de Musk en asuntos europeos, mientras otros, como el primer ministro noruego Johan Hahr Støre, expresan su preocupación por el impacto de un individuo con recursos tan vastos. Sin embargo, las declaraciones de Bruselas han sido relativamente tibias, indicando simplemente que Musk tiene derecho a expresar sus opiniones políticas.
El interés de Musk no se detiene solo en señalar problemas; parece estar orquestando un cambio político más amplio, apoyando a figuras reformistas como Nigel Farage en Inglaterra y promoviendo voces controvertidas como Alice Weidel de AfD en Alemania. Este movimiento trae consigo un cambio en el equilibrio del poder en Europa, uno que algunos líderes europeos, como el francés Emmanuel Macron y el británico Keir Starmer, observan con creciente inquietud. La capacidad de Musk para utilizar sus recursos y plataformas, como la red social X, pone de manifiesto la influencia que puede ejercer sobre el discurso público y electoral. En un contexto donde el «wokismo» pierde actores clave, como Justin Trudeau en Canadá, los líderes europeos se ven enfrentados a un rival que desafía abiertamente sus políticas y principios, planteando una era de incertidumbre y posibles transformaciones en el continente.
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