En una reciente conversación entre cuñadas, se discutió el fenómeno de la «bridezilla», una figura que representa a esas novias que, bajo la presión social de hacer que su boda sea el mejor día de sus vidas, se convierten en verdaderos monstruos durante la planificación. Mientras que las novias asumen la mayor parte de la carga organizativa, los novios a menudo se muestran menos involucrados, lo que genera una dinámica desigual en la preparación del evento. Este desequilibrio no solo afecta la experiencia de la novia, quien siente la presión de cumplir con estándares idealizados, sino que también deja a los novios fuera de la conversación, planteando un debate sobre las expectativas sociales en torno a las bodas y los roles de género.
A medida que las novias se enfrentan a la necesidad de verse perfectas en su gran día, invierten tiempo y dinero en preparaciones que pueden ascender a cientos de euros. Esto alimenta una tensión constante, donde se espera que las mujeres se adapten a un ideal, mientras que los hombres a menudo permanecen pasivos. La crítica hacia las «bridezillas» parece ignorar el papel de los novios, quienes deben ser activos en la planificación. Esta situación invita a reflexionar sobre la igualdad de responsabilidades en la organización del matrimonio y la necesidad de reducir la presión sobre las novias, cuestionando si efectivamente será el mejor día de sus vidas o simplemente uno de los momentos destacados en un camino lleno de logros y experiencias.
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