El pasado domingo, en Sderot, Israel, un grupo de ciudadanos ondeaban banderas y coreaban «¡Vamos, Bibi, vamos!», en apoyo al primer ministro Benjamín Netanyahu y a los camiones militares que transitaban cerca de la frontera con Gaza. Esta manifestación se desarrollaba en medio de la tensión por la reciente invasión de Gaza, que ha intensificado un conflicto de 19 meses en el que, según autoridades de la Franja, más de 53.900 personas han perdido la vida, incluidos cerca de 17.000 niños. Mientras tanto, al otro lado de la carretera, alrededor de 300 manifestantes opositores al conflicto eran reprimidos por policías y militares al intentar acercarse a la frontera. La ONU ha advertido que miles de niños podrían no alcanzar la adultez sin un incremento significativo en la ayuda humanitaria, que sigue siendo mínima.
Esta situación es parte del escenario político que Netanyahu ha consolidado con un gobierno marcado por la extrema derecha nacionalista. Su administración ha promovido la colonización y la expansión de asentamientos en Gaza y Cisjordania, acciones reforzadas por el apoyo del entonces presidente de EE UU, Donald Trump. La alianza del Likud con partidos ultra nacionalistas como Noam y Poder Judío ha otorgado a estos grupos minoritarios un poder significativo en la toma de decisiones, permitiéndoles avanzar en sus objetivos controvertidos a pesar de la creciente presión internacional. La política de colonización ha resultado en un registro histórico de construcciones en Cisjordania, reflejando el cambio radical en el mapa político israelí y el apoyo demográfico que garantiza la continuidad de estas acciones.
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