En el prestigioso Museo del Prado, una nueva exposición arroja luz sobre el fascinante arte de la escultura policromada del siglo XVII, un periodo en el que la combinación de volumen y color alcanzó cotas extraordinarias de maestría y expresión artística. Este conjunto excepcional de obras maestras españolas revela cómo el arte se convirtió en un poderoso vehículo de persuasión religiosa, imbuyendo a las representaciones escultóricas de un profundo sentido místico y divino.
El renombrado teórico del arte del siglo XVII, Antonio Palomino, elogió la creación del Cristo del Perdón, realizada por Manuel Pereira y Francisco Camilo, como un ejemplo sublime de la fusión de la pintura y la escultura en un despliegue visual impactante. Esta obra, entre otras expuestas, ilustraba cómo la escultura, desde sus raíces grecolatinas, ha servido como una manifestación artística crucial, más allá de lo ornamental, actuando como un símbolo protector y restaurador de lo humano.
A través de esta exposición, se profundiza en el uso de la escultura sagrada como un medio para evocar lo sobrenatural y transmitir lo divino. La pintura, como afirmaba el benedictino Gregorio de Argaiz en el siglo XVII, dotaba de vida a la escultura, transformándola de un objeto tangible a una obra animada con el aliento del alma humana. En este contexto, el color no era simplemente un acabado; se integraba como un componente esencial que otorgaba dramatismo y vitalidad a las piezas.
Durante el siglo XVII, en iglesias y conventos, las esculturas policromadas adornaban no solo retablos y procesiones, sino que actuaban como poderosos instrumentos de prédica. La teatralidad de sus gestos y el esplendor de sus vestimentas, ya fueran esculpidas o reales, conferían a estas imágenes una carga escenográfica de significado profundo, destinada a conmover y educar a los fieles.
La muestra del Prado examina también la interconexión entre diversas formas artísticas centradas en la escultura policromada. Desde las estampas que difundían devociones populares hasta pinturas que imitaban con notable ilusionismo las esculturas en los altares, la exposición ofrece una perspectiva completa sobre el diálogo y la influencia mutua del arte durante este periodo, que enriquecía la expresión tanto religiosa como artística.
Los visitantes de la exposición podrán contemplar la majestuosidad y la complejidad de estas obras maestras, cada una de las cuales es testimonio de una época en que el arte no solo representaba la realidad visible, sino que aspiraba a reflejar lo inefable y divino, uniendo en un solo espacio físico y espiritual, la materia y el fervor religioso.