Con el endurecimiento de las políticas migratorias en Estados Unidos y la clausura de rutas clave como el Tapón del Darién, miles de migrantes, principalmente de América Latina, se encuentran varados en Ciudad de México. Muchos, como Yudelis Ferreira y su familia, han quedado atrapados en su búsqueda de un futuro mejor al norte tras la llegada de Donald Trump a la presidencia. En la capital mexicana, unos 5.000 migrantes viven en albergues o improvisados refugios, en espera de oportunidades para continuar su camino o retornar a sus países de origen. A pesar de los obstáculos, los migrantes intentan ganarse la vida vendiendo productos como paletas en las calles, mientras que las autoridades locales, lideradas por el director de un albergue, Emanuel Herrera, trabajan en estrategias para mejorar las condiciones de estos refugiados y ofrecerles alguna estabilidad temporal.
En los albergues, como el Vasco de Quiroga, predominan los venezolanos, quienes han formado comunidades junto a otros migrantes de diferentes continentes. Sin embargo, con la estricta vigilancia policial y la precaria infraestructura a la que se enfrentan, la vida diaria en estos espacios es dura. Las autoridades han intentado mitigar el impacto de posibles actividades delictivas, facilitando, con medidas como el otorgamiento de credenciales de identidad, el acceso a empleos formales. En medio de estas tensiones, los migrantes mantienen la esperanza aunque las nuevas políticas estadounidenses y las desafiantes condiciones económicas hacen que su sueño de llegar a Estados Unidos se desvanezca. La incertidumbre prevalece, con muchos ahora contemplando regresar a sus países de origen, aunque las opciones son escasas y, para algunos, como Kulqueeb Saim de India, su realidad actual representa un giro inesperado en su travesía.
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