A medida que la inteligencia artificial continúa su avance implacable, las grandes compañías tecnológicas luchan por alimentar sus modelos con la mayor cantidad de datos posible. El foco de preocupación no es necesariamente la tecnología, sino las prácticas de compañías como Meta —dueña de Facebook, Instagram y WhatsApp— que, con métodos que bordean o incluso cruzan las líneas de la ética digital, terminan instrumentalizando a los usuarios y diluyendo sus derechos.
En el corazón de esta controversia se encuentra lo que algunos críticos llaman el espejismo del consentimiento. Meta ha empezado a notificar a sus usuarios europeos sobre el uso de sus datos públicos para entrenar modelos de inteligencia artificial generativa, como Meta AI, utilizando el argumento de su «interés legítimo» bajo el Reglamento General de Protección de Datos (RGPD). Sin embargo, un consentimiento veraz solo puede considerarse tal si es explícito, libre e informado, algo que este ejemplo no cumple según muchos expertos.
En lugar de presentar de manera sencilla una pregunta directa como «¿Permites que utilicemos tus publicaciones para entrenar nuestra IA? Sí / No», Meta opta por un enfoque complicado: un correo que conduce a un formulario poco visible, lleno de pasos innecesarios, donde el usuario debe oponerse activamente. El proceso no termina ahí, ya que la oposición no es inmediata, y requiere una confirmación posterior por correo. Todo este diseño parece pensado para disuadir más que para facilitar.
Estas prácticas son un claro ejemplo de lo que se denomina patrón oscuro, estrategias de diseño que buscan confundir o complicar la capacidad del usuario para ejercer sus derechos. Las grandes plataformas han estado perfeccionando estas tácticas durante años para que el consentimiento parezca existir, incluso cuando no lo ha hecho de manera real.
Meta sostiene que actúa dentro de la legalidad, pero críticas insisten en que se burla del espíritu del RGPD, destinado a proteger la autodeterminación informativa. La utilización de datos personales para entrenar modelos de inteligencia artificial es una decisión de gran envergadura, que muchos creen debería requerir un consentimiento explícito y claro, y no uno encubierto bajo pretextos administrativos.
La falta de transparencia también levanta serias preocupaciones. Se cuestiona quién controla al controlador, ya que sin auditorías independientes ni mecanismos accesibles para verificar que sus derechos han sido respetados, la confianza sigue siendo frágil. Los escándalos pasados, como Cambridge Analytica, dejan un legado de desconfianza que no puede ser pasado por alto.
La solución a este problema es insistentemente sencilla, pero parece incómodamente directa para estas compañías. Un simple cuadro de diálogo en la aplicación con un mensaje claro: «¿Quieres permitir el uso de tus datos para entrenar nuestra IA? Sí / No». Sin embargo, tal opción podría no ser beneficiosa para las empresas, ya que muchos usuarios optarían por el rechazo, afectando así el modelo de negocio que depende de una alimentación constante de datos.
La cuestión se reduce a un dilema ético: la innovación tecnológica no debe ser una excusa para el abuso de poder. Si Meta y otras empresas desean liderar en el campo de la inteligencia artificial, deben hacerlo con reglas claras, respetando los derechos fundamentales de sus usuarios. El avance tecnológico no debe estar cimentado en la explotación encubierta de datos ni en prácticas manipuladoras. El consentimiento, para que sea legítimo, debe ser explícito, informado y respetado.
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