El aprendizaje del catalán en Cataluña enfrenta significativos desafíos, destacando la experiencia de Gabriela, una puertorriqueña que, tras casarse con un catalán, busca cumplir la exigencia de 45 horas de clases de catalán para obtener su permiso de residencia. Situaciones como la de Gabriela revelan las deficiencias en la oferta de cursos de catalán, marcada por un proceso de inscripción complicado y una escasez acuciante de plazas. En 2024, las listas de espera del Consorcio para la Normalización Lingüística (CPNL) superaron las 18,800 personas, un aumento del 20% respecto al año anterior y un descomunal incremento del 700% desde 2018. Esta cifra pone en evidencia la creciente demanda que las instituciones no logran satisfacer adecuadamente, impulsada en parte por requisitos administrativos y la creencia de que el uso habitual del catalán no es estrictamente necesario para muchos extranjeros en su vida cotidiana.
Las autoridades catalanas, reconociendo la gravedad del problema, han anunciado un plan de relanzamiento para el CPNL, destinado a incrementar recursos y revisar formatos de cursos. Sin embargo, el reto de expandir el uso del catalán entre la población inmigrante se complica por diversos factores, incluida la baja natalidad local, altos índices de inmigración y una insuficiente integración de la lengua en sectores clave como el sanitario. A esto se suma la gran cantidad de personas que buscan aprender el idioma por motivos no ligados al interés lingüístico per se. En respuesta, organizaciones como Òmnium Cultural han implementado iniciativas para fomentar la práctica del catalán en entornos informales y sociales, cruciales para establecer la lengua como herramienta de cohesión y ascenso social. La situación actual exige la acción concertada del gobierno y la sociedad civil para garantizar el acceso y la necesidad de aprender catalán en todos los sectores.
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