En la maratón de Valencia, los corredores se enfrentaron a un desafío que iba mucho más allá de los 42 kilómetros. Un mes después de la devastadora gota fría, la ciudad aún se encuentra en recuperación, y la tragedia vivida por sus habitantes fue una presencia constante durante el evento. A pesar de que el paisaje urbano de Valencia parecía casi intacto respecto a los peores daños sufridos en las áreas más afectadas, ningún participante pudo olvidar el barro, el polvo y las vidas perdidas marcadas por la inundación. Los 35.000 corredores llevaron consigo el peso de la tragedia, reflejado en los crespones negros de sus camisetas y en los carteles que en las gradas mostraban el impacto de la riada. Los gritos de aliento no solo buscaban motivar para cruzar la meta, sino servir como tributo a aquellos que aún luchan por reconstruir sus vidas.
La solidaridad se expresó de múltiples maneras: desde los mensajes de ánimo escritos en las banderas y camisetas, hasta las donaciones recaudadas al precio simbólico de 10 euros por kilómetro, destinadas a las comunidades afectadas. A medida que los corredores avanzaban por la ciudad, un sentido de unidad se fortalecía entre ellos, recordando que más allá del deporte, la maratón era un acto de resistencia y apoyo colectivo. A lo largo del recorrido, soldados con rostros agotados, aún marcados por el trauma de la intervención en labores de rescate, observaban el paso de los atletas, siendo el vivo reflejo del dolor y el esfuerzo de toda una región. Así, con lágrimas y sonrisas entremezcladas, la maratón no solo reactivó la economía local, sino que también se convirtió en un símbolo de esperanza y recuperación para una comunidad herida que aún grita a viva voz: «Fuerza Valencia».
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