El reciente festival musical ha sido un escenario donde la geopolítica ha desempeñado un papel destacado, influyendo en los resultados más allá del talento artístico. En este contexto, las votaciones parecen reflejar más alineamientos diplomáticos que preferencias musicales, dejando una clara impresión de que las relaciones internacionales han tenido un impacto significativo en el desenlace del evento. Las actuaciones, aunque variadas y en muchos casos excepcionales, han quedado en segundo plano frente a la poderosa influencia geopolítica que ha marcado esta edición del certamen.
España ha sufrido las consecuencias de este fenómeno, obteniendo la antepenúltima posición, que representa su peor resultado desde 2017. Esta ubicación ha generado un debate sobre la verdadera naturaleza de las votaciones y plantea interrogantes acerca de la ecuanimidad del sistema. La caída en las clasificaciones refleja tanto los desafíos artísticos como las complicadas dinámicas políticas actuales, sugiriendo que el festival, más allá de un escaparate musical, se ha convertido en un reflejo del clima geopolítico europeo.
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