La Cuarta Transformación en México, encabezada inicialmente por Andrés Manuel López Obrador, ha dejado de ser un reflejo directo de sus acciones y palabras, y se está transformando bajo el liderazgo de Claudia Sheinbaum. A diferencia de su antecesor, Sheinbaum no enfrenta el temor de ser contenida por el «sistema», sino que ahora la prioridad es económica y no política. Su tarea es construir el «segundo piso» del movimiento, adaptando las propuestas a las nuevas realidades nacionales e internacionales. En este contexto, Sheinbaum emerge como la arquitecta de esta nueva fase, asumiendo un papel central que algunos han denominado ya como «claudismo». Sin embargo, esta simplificación ignora la verdadera naturaleza de la Cuarta Transformación, que busca arraigarse como una cultura política más allá de cualquier figura personalista.
A pesar de los desafíos internos, el éxito a largo plazo de la 4T depende de su capacidad para convertirse en un movimiento con valores y banderas coherentes, más allá del liderazgo actual. La dependencia de figuras individuales limita su potencial transformador, algo que se evidenció con los intentos de afiliación masiva en Morena que han privilegiado el músculo electoral sobre la verdadera identidad del movimiento. En un sistema presidencialista como el de México, la construcción de una base sólida y consciente es esencial para evitar que la 4T se reduzca a las decisiones del gobernante en turno. La prioridad debe ser acompañar a Sheinbaum en la creación de un movimiento social que traduzca los principios del humanismo mexicano en acciones concretas, asegurando que Morena no solo sea un vehículo para el poder, sino un verdadero motor de cambio social.
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