El panorama actual de los juegos de azar en ciudades como Madrid refleja una realidad alarmante, donde el perfil de los jugadores ha cambiado drásticamente en las últimas décadas. A menudo se asocia a los casinos y las casas de apuestas con personas mayores, buscando una escapatoria de la rutina diaria. Sin embargo, los datos revelan lo contrario: siete de cada diez jugadores en estos establecimientos son jóvenes menores de 34 años, con un alto riesgo de caer en la ludopatía. La escena nocturna en áreas como Bravo Murillo, en el barrio de Tetuán, es testigo de un flujo constante de jóvenes que, atraídos por el brillo de las luces LED y la ilusión de ganar, llenan estos lugares, mientras en el interior el tiempo parece detenerse sin relojes ni ventanas como recordatorio de lo que dejan atrás.
El estudio “¿Qué nos jugamos?” destaca la presencia significativa de locales de apuestas en barrios de rentas medias-bajas, además de una preferencia entre la población migrante. La lucha contra este vicio es palpable en instituciones como la Asociación para la Prevención y Ayuda al Ludópata (APAL), donde el 80% de los asistentes son jóvenes. Testimonios de exjugadores resaltan el profundo impacto que el juego puede tener en la vida personal y económica, generando deudas exorbitantes y problemas familiares. La APAL, liderada por Vicente Garnero, rehabilitado del juego, subraya la importancia del soporte familiar y la concienciación del problema para superar una adicción que no solo roba dinero, sino también la esencia misma de las personas. La creciente preocupación sobre el acceso fácil a las apuestas online y en salones resalta la necesidad de medidas preventivas y educativas para proteger a una juventud vulnerable ante los peligros del azar.
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