La figura de Martín Caparrós ha dejado una marca indeleble en sus contemporáneos, caracterizada por su estilo único de narrar y su participación activa en el ámbito periodístico y literario. Su presencia se destaca no solo por su destreza y habilidad con las palabras, sino también por su particular manera de desenvolverse en las interacciones personales, una combinación entre inteligencia y cierta torpeza entrañable, como aquel incidente en el que casi provoca un incendio mientras preparaba una queimada. Quienes lo conocen describen no solo su talento escritural al momento de hilvanar historias y acomodar palabras, sino también su presencia imponente, marcada por una estatura notable y una oratoria que captura a su audiencia tanto en conversaciones como en sus escritos. En sus años de labor, compartió momentos con muchos en mesas redondas, ferias y viajes, dejando una enseñanzas valiosas a todos los que tuvieron la suerte de trabajar o coincidir con él.
En su último libro, «Antes que nada», Caparrós aborda su batalla personal contra la esclerosis lateral amiotrófica (ELA), reflexionando sobre la vida y la muerte, y dejando entre líneas una dedicatoria a los que le quisieron, invitándolos irónicamente a olvidarlo, una enseñanza que parece destinada a no cumplirse. Su legado, perpetuado en cada coma, punto y estructura narrativa, es una herencia que sus lectores y colegas valoran profundamente. Las lecciones aprendidas a través de su observación y escucha, y por rebobinar mentalmente sus artículos desde los años noventa, son testimonio de su influencia, que va más allá de lo académico y penetra en lo humano. Caparrós, con su prosa y su forma de ser, no solo enseñó a mirar el mundo, sino que dejará una huella indeleble en aquellos que fueron tocados por su forma de vivir y narrar.
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