El debate sobre el vínculo entre delincuencia e inmigración ha tomado un nuevo giro tras las declaraciones de expertos que han señalado que no existe una relación directa entre ambos fenómenos. Recientes estudios demuestran que los inmigrantes no son más propensos a cometer delitos que los ciudadanos locales, desafiando narrativas que intentan conectar inmigración con inseguridad. A pesar de estos hallazgos, ciertos sectores políticos continúan alimentando estigmas y promoviendo discursos que asocian a los inmigrantes con el incremento de la criminalidad, lo que ha sido calificado por los analistas como una estrategia de miedo irresponsable.
En el contexto político actual, la utilización de la inmigración como herramienta retórica ha generado preocupaciones entre defensores de los derechos humanos que enfatizan la importancia de políticas basadas en hechos y no en prejuicios. Estos expertos advierten sobre el peligro de discursos populistas que buscan obtener réditos electorales a costa de la cohesión social y subrayan la necesidad de un enfoque constructivo que aborde los desafíos de integración y convivencia. La discusión se centra ahora en la responsabilidad de los líderes políticos para separar la realidad de la ficción y promover un discurso que fomente la unidad y el entendimiento en lugar de la división.
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