El 5 de diciembre de 2017, un trágico asesinato sacudió el aeropuerto de Bastia, en Córcega, cuando Christophe Guazzelli, vengativo y decidido, disparó mortalmente a Tony “El Carnicero” Quilichini y su compañero Jean-Luc Codaccioni, ambos vinculados al mundo criminal corso. Este acto de violencia es solo una muestra del ciclo interminable de venganzas que marca la isla, donde la mafia mantiene un control férreo. Estos eventos han puesto en evidencia la influencia de grupos mafiosos como la Brise de Mer, que, a pesar de su fragmentación, siguen impregnando la sociedad insular en sectores esenciales como la hostelería y la construcción. La muerte de Quilichini y Codaccioni fue un catalizador para una convulsión dentro del crimen organizado en Córcega, en un momento en que la sociedad civil está empezando a confrontar y denominar el fenómeno mafioso.
Frente a este sombrío panorama, figuras como el fiscal Jean-Philippe Navarre y el prefecto Jérôme Filippini han subrayado la necesidad de mejorar la confianza en el Estado y sus instituciones para combatir eficazmente la criminalidad organizada. Filippini, actualmente prefecto de Córcega del Sur, ha llamado a la población a romper el silencio y facilitar denuncias, en un esfuerzo conjunto por desmantelar el entramado criminal que desde hace décadas asfixia la isla. La reciente oleada de ataques y asesinatos en Córcega, sumada a las nuevas leyes francesas contra el narcotráfico, destaca la urgencia de enfrentar una tradición de violencia que ha dejado su huella en todas las esferas sociales y económicas. El caso de Massimu Susini, asesinado en 2019 por oponerse a los clanes en Cargese, simboliza tanto el desafío como la resistencia que encarna la lucha contra la mafia corsa.
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