Madrid vive un proceso de transformación en su emblemática M-30, que busca redefinir la relación entre el centro y la periferia de la ciudad. La famosa carretera de circunvalación se ha optimizado hasta lograr una circularidad precisa, comparada con la eficiencia de una aspiradora autónoma, como una Roomba. Este cambio urbanístico no solo pretende mejorar la movilidad, sino también rediseñar el tejido social y económico de las áreas limítrofes, fomentando un entorno más cohesionado y accesible para los ciudadanos. Este ambicioso proyecto desnaturaliza las fronteras tradicionales y revaloriza espacios antes considerados marginales.
El rediseño de la M-30 también afecta a lo social, pues sus bares y establecimientos, antes testigos del trajín diario, ahora se convierten en lugares que celebran la nostalgia y mantienen viva la esencia de barrios históricos. Estos locales funcionan como embajadas culturales donde se homenajean las raíces, ofreciendo un punto de encuentro entre el pasado y un futuro cada vez más urbano. La transformación no solo apuntala la infraestructura, sino que busca devolver el alma a las zonas periféricas, fomentando una conexión emocional y funcional con el resto de la ciudad.
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