El presidente de Bielorrusia, Alexandr Lukashenko, ha sido reelegido para un séptimo mandato tras unos comicios presidenciales que, según encuestas a pie de urna del Comité de Organizaciones Juveniles, le otorgaron el 87,60 % de los votos. Sin embargo, estas cifras han sido puestas en duda por la oposición en el exilio y por gobiernos occidentales que denuncian fraude electoral. A pesar del rechazo internacional y las duras críticas de la líder opositora Svetlana Tijanóvskaya, quien afirmó la ilegítima perpetuación del régimen, la administración de Lukashenko se asegura un control extendido hasta 2030, al lado de su aliado ruso, Vladímir Putin. Las elecciones no contaron con la participación de los exiliados, quienes no pudieron votar por la falta de colegios electorales en el extranjero, lo que llevó a la oposición a instar un voto de protesta que habría alcanzado el 5,1 % del sufragio.
Pese a la firme postura autoritaria del líder bielorruso, cuya gestión ha enfrentado acusaciones de mano dura y represión, Lukashenko afirmó estar dispuesto a normalizar relaciones con Occidente, aunque rechazó dialogar con la oposición y liberar a presos políticos sin condiciones. Mientras tanto, reafirmó su dependencia de los misiles rusos, subrayando la no renuncia de Bielorrusia a las armas nucleares tácticas. También, durante una extensa rueda de prensa, dejó entrever su búsqueda de sucesor, negando categóricamente que una mujer o su hijo Kolia puedan ser quienes tomen el mando. En un contexto internacional delicado, con la sombra del conflicto ruso-ucraniano, el presidente bielorruso declaró ver posibilidades de resolución para este año, aunque admitió que su desenlace sigue siendo incierto.
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