El caso de Lucía, una joven de Nicaragua, ilustra el sombrío panorama al que se enfrentan muchas niñas en América Latina. A los 13 años, Lucía fue abusada sexualmente por un sacerdote, y producto de estas violaciones quedó embarazada. En un país donde el aborto está completamente prohibido, se le negó su deseo de interrumpir el embarazo. No solo se vio forzada a una maternidad no deseada, sino que también sufrió complicaciones físicas a causa de un mal procedimiento durante el parto. La comunidad, lejos de apoyarla, la estigmatizó por señalar al agresor. La historia de Lucía se entrelaza con la de otras tres jóvenes: Norma de Ecuador, Fátima de Guatemala y Susana de Nicaragua. Todas comparten experiencias similares de violencia sexual y una infancia arruinada por la falta de respuesta de los Estados, quienes no condenaron a sus agresores ni les ofrecieron el apoyo necesario para sobrellevar su trauma.
Este alarmante escenario evidencia la necesidad de acciones urgentes para proteger a las niñas y adolescentes en la región. En vísperas del Día Internacional de las Niñas, organizaciones como el movimiento «Son Niñas, No Madres» elevan sus demandas por justicia y cambios legislativos. Las esperanzas están puestas en que el Comité de Derechos Humanos de Naciones Unidas tome decisiones que obliguen a los países a regular adecuadamente la interrupción voluntaria del embarazo, garantizando que el acceso a la salud sexual y reproductiva se anteponga al sistema penal. Esto, junto con la promoción de la educación sexual integral y la erradicación de los estereotipos de género, supondría un cambio radical en las vidas de estas jóvenes, quienes han sido víctimas de una violencia estructural. La lucha continúa para que prevalezca la consigna de que son niñas, no madres, y para que se escuche y respete la voz de cada una de ellas.
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