La ocupación rusa ha tenido un impacto profundo y devastador en las regiones bajo su control, con cientos de activistas detenidos en un intento claro de silenciar la disidencia y cualquier forma de oposición. Organizaciones internacionales han denunciado la represión sistemática de prácticas religiosas, violando así los derechos fundamentales de libertad de culto. Este contexto ha sembrado un clima de temor e incertidumbre, donde la libertad de expresión y la diversidad cultural son constantemente vulneradas.
La política de rusificación forzosa ha implicado la alteración de identidades culturales, imponiendo el idioma y las normas rusas sobre las costumbres locales. A esto se suma la destrucción del patrimonio cultural, un intento deliberado de erradicar toda huella de diversidad histórica y cultural en las zonas ocupadas. Observadores denuncian estos actos como una estrategia para consolidar el control y la influencia rusa, en un esfuerzo por reconfigurar la región según sus propios intereses geopolíticos.
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