En un ambiente internacional marcado por el reciente atraco al Louvre, México también enfrenta desafíos significativos en la protección de su patrimonio artístico. Durante las últimas décadas, obras de destacados artistas como Rufino Tamayo, Leonora Carrington y Diego Rivera han sido blanco de robos y desapariciones misteriosas. En 1999, 12 cuadros de Tamayo fueron sustraídos de la Galería López Quiroga en Ciudad de México por un grupo de cinco individuos que ingresaron al recinto simulando ser visitantes. Gracias a una rápida intervención de las autoridades, estas valiosas obras, valoradas en más de dos millones de dólares, fueron recuperadas. Sin embargo, otros incidentes han resultado en pérdidas permanentes, como las nueve piezas robadas al galerista Óscar Román durante la pandemia, que hasta hoy siguen sin ser localizadas.
Entre las historias más enigmáticas se encuentra la desaparición del mural «Pesadilla de guerra, sueño de paz» de Diego Rivera, que fue retirado del Palacio de Bellas Artes apenas 15 días después de su exposición, y cuyo paradero sigue siendo un misterio. Asimismo, la pintura «Tres personajes» de Rufino Tamayo, robada en 1987, reapareció en un golpe de suerte en un basurero de Nueva York años después. Por otro lado, el caso de Fernando García Ponce revela complicidades familiares que resultaron en la venta clandestina de más de 500 piezas de arte en el mercado negro. Aún cuando muchas de estas obras han sido recuperadas, estos acontecimientos subrayan la vulnerabilidad persistente del legado cultural mexicano.
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