En un panorama geopolítico cada vez más tenso, Washington ha expresado su preocupación por lo que considera el «liberalismo» europeo, al definirlo como una de las peores amenazas para Occidente. Esta percepción no se limita únicamente a las políticas económicas, migratorias o de defensa, sino que se extiende a un choque frontal de modelos de sociedad completamente opuestos. Mientras Estados Unidos se ha movido hacia enfoques más proteccionistas y nacionalistas en los últimos años, Europa ha mantenido su firme apuesta por un orden basado en la cooperación multilateral y el respeto a los derechos humanos. Este distanciamiento refleja un cambio paradigmático en las relaciones trasatlánticas que podría redefinir alianzas y estrategias globales.
La confrontación no se basa solamente en diferencias políticas superficiales, sino en concepciones fundamentales sobre el futuro de las sociedades occidentales. La administración estadounidense ve con recelo las políticas inclusivas europeas, que promueven una integración con estructuras y valores globales, contrastando con su política más centrada en intereses nacionales. Esto ha generado tensiones no solo diplomáticas, sino también económicas y culturales, cuestionando la cohesión de una alianza que durante décadas ha garantizado la estabilidad y el desarrollo en el mundo occidental. A medida que ambas potencias continúan por caminos divergentes, los analistas advierten sobre las implicaciones que podría tener este desencuentro en ámbitos críticos como la seguridad global y el orden económico internacional.
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