Las plantas nucleares como Almaraz, Cofrentes, Ascó, Trillo y Vandellós han experimentado extensiones de vida útil que abarcan entre cinco y ocho décadas tanto en Europa como en Estados Unidos. Este fenómeno responde a una serie de renovaciones y actualizaciones tecnológicas que permiten que estas infraestructuras continúen operando de manera segura más allá de sus fechas de cierre originalmente previstas. En el contexto actual, donde la transición energética y la reducción de emisiones son prioridades, la prolongación del funcionamiento de estas plantas se presenta como un enfoque pragmático para asegurar la estabilidad del suministro eléctrico mientras se desarrollan e implementan otras fuentes de energía limpia.
No obstante, la decisión de extender la vida útil de las plantas nucleares viene acompañada de debates que incluyen cuestiones de seguridad, economía y sostenibilidad. Los defensores de la energía nuclear argumentan que las actualizaciones tecnológicas realizadas garantizan la seguridad de las operaciones y abogan por su papel en la lucha contra el cambio climático debido a sus bajas emisiones de carbono. Por otro lado, los críticos señalan preocupaciones sobre la gestión de residuos nucleares y los riesgos potenciales de prolongar la actividad de instalaciones envejecidas. Este dilema refleja la complejidad de equilibrar la demanda energética con consideraciones medioambientales y de seguridad.
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