La constante sensación de que el tiempo no alcanza se ha convertido en uno de los grandes males de la vida moderna. En una sociedad marcada por la inmediatez, las agendas saturadas y la exigencia de productividad constante, muchas personas viven con la angustia de no llegar a todo, lo que desencadena altos niveles de estrés con efectos perjudiciales en el cerebro, la salud y las relaciones personales.
Expertos en sociología y neurociencia de la Universitat Oberta de Catalunya (UOC) advierten de que esta percepción de falta de tiempo no es solo una cuestión de organización personal, sino un problema estructural que impacta en el bienestar emocional y en el equilibrio social. “Cuando sentimos que vamos corriendo a todas partes, nuestro cerebro se activa en modo supervivencia. El sistema nervioso simpático se mantiene hiperactivado, lo que con el tiempo puede generar problemas de atención, memoria e incluso cambios en la estructura cerebral”, explican desde el ámbito de neurociencia de la UOC.
El vínculo entre el estrés crónico y la salud mental es preocupante. Según datos recientes del sindicato UGT, en 2023 se registraron más de 600.000 bajas laborales por trastornos mentales en España, lo que supone un incremento del 17 % respecto al año anterior. De estas bajas, el estrés fue el responsable del 15 % de los casos más prolongados, situándose como la segunda causa de baja laboral tras los problemas musculoesqueléticos.
La situación es especialmente acuciante en el ámbito laboral, donde la presión por los plazos y el exceso de tareas provoca un desgaste continuado. Pero el estrés no se limita al entorno profesional; factores financieros y personales también contribuyen de forma significativa al deterioro de la salud mental. Un informe del Ministerio de Sanidad revela que casi una de cada cuatro personas (24,7 %) atendidas en atención primaria presenta algún tipo de problema psicológico. La ansiedad afecta al 6,7 % de la población y la depresión al 4,1 %, con una incidencia mayor en mujeres y personas con menos recursos económicos.
Además de las consecuencias físicas y mentales, el estrés derivado de la falta de tiempo repercute directamente en las relaciones. La irritabilidad, la fatiga emocional y la dificultad para concentrarse reducen la capacidad de empatía, aumentan los conflictos familiares y disminuyen la calidad del tiempo compartido con la pareja, los hijos o los amigos.
Según los expertos, vivir en un estado constante de urgencia nos vuelve menos pacientes y más reactivos, lo que deteriora la comunicación y la calidad de las relaciones personales. En palabras de los sociólogos de la UOC, “la gestión del tiempo ya no es un asunto individual, sino una cuestión colectiva que afecta a nuestra forma de convivir y vincularnos con los demás”.
Frente a este escenario, los expertos proponen una serie de estrategias tanto individuales como estructurales para hacer frente a la sensación de escasez de tiempo. Entre ellas, se destaca la importancia de priorizar y delegar, identificando lo verdaderamente importante y aprendiendo a decir no, así como de reorganizar el tiempo de manera realista y consciente aplicando técnicas de gestión del tiempo como el método Pomodoro. Asimismo, rediseñar las rutinas laborales para fomentar el teletrabajo de forma equilibrada, promover jornadas laborales más flexibles y evitar el presentismo se consideran acciones fundamentales. También se enfatiza el cuidado de la salud mental integrando pausas activas y ejercicios de meditación en la rutina diaria, y la necesidad de fomentar políticas públicas que reduzcan la presión laboral.
La conclusión es clara: la falta de tiempo no es solo una sensación, sino una realidad con consecuencias tangibles en el bienestar de las personas. Reconocer su impacto y tomar medidas para frenar el ritmo no es un lujo, sino una urgencia sanitaria y social. Como afirman los investigadores de la UOC, “recuperar el control del tiempo es recuperar calidad de vida”.