Las modas de la clase media a menudo generan un irónico sentido de pertenencia y nostalgia, especialmente cuando se convierten en un refugio en el cual los individuos se sumergen de manera intencionada. Estas tendencias, aunque a veces triviales, son el reflejo de una cultura que se encuentra en constante búsqueda de identidad y autenticidad. Criarse en un entorno donde un café de máquina, servido en vaso largo y con las características tradicionales, se convierte en un símbolo de lo castizo y lo auténtico, puede tener un impacto duradero en la percepción individual de lo que significa pertenecer a este segmento social. Se trata, más allá de las apariencias, de una conexión profunda con las raíces y con aquellos elementos cotidianos que configuran una parte esencial de la experiencia vital en esos barrios y comunidades urbanas.
Este fenómeno, en esencia, refleja un trauma cultural que, aunque sutil, deja una marca notable en quienes lo experimentan. Los aspectos anodinos de estas modas, que pueden parecer triviales o superficiales a simple vista, en realidad son una representación de una batalla interna por definirse a través de lo que se consume y se valora comúnmente como simbólico. El café torrefacto es un ejemplo paradigmático de estas prácticas que, sin pretenderlo, generan una sensación de arraigo y nostalgia por un tiempo y un lugar que aparecen, al mismo tiempo, como fugaces y perdurables. Así, la clase media continúa su búsqueda incesante de pertenencia y significado dentro del caleidoscopio de cambios sociales y culturales que definen las sociedades contemporáneas.
Leer noticia completa en El Mundo.