A menos de un día de asumir su nuevo mandato, Donald Trump está por convertirse nuevamente en presidente de Estados Unidos, lo que marca su regreso a la Casa Blanca después de cuatro años. Con su retórica de «America First», Trump ha puesto sobre la mesa diversos temas que tensionan el panorama internacional, tales como una nueva guerra comercial, el cuestionamiento de la OTAN y propuestas de control sobre territorios estratégicos como Canadá, el canal de Panamá y Groenlandia. En particular, Groenlandia ha captado la atención debido a las declaraciones de Trump, quien considera esencial para la seguridad nacional de Estados Unidos tener el control de la isla ártica, con lo cual no descartó la presión económica o incluso la acción militar para lograrlo, contando además con el apoyo de su nominado a secretario de Defensa, Pete Hesgeth.
El interés en Groenlandia se sustenta en tres aspectos clave: su ubicación geoestratégica, el potencial de nuevas rutas comerciales derivadas del deshielo del Ártico, y los vastos recursos naturales que esconde bajo su hielo. Donald Trump, convencido de que el control estadounidense sobre Groenlandia permitiría reforzar sus estrategias de defensa antimisiles y abriría nuevas rutas comerciales competitivas con Rusia y China, prioriza su intento de adquirir la isla. Esta aspiración no es nueva, pues el interés de Estados Unidos por Groenlandia data de décadas atrás, con intentos de compra previos, incluso una oferta de 100 millones de dólares rechazada por Dinamarca en 1946. Con Groenlandia albergando potencialmente grandes reservas de petróleo, gas natural, uranio y minerales críticos, Trump busca consolidar su política exterior y asegurar recursos que se consideran estratégicos para la competencia tecnológica global, especialmente frente a China.
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