La reciente interrupción eléctrica que dejó a España a oscuras ha sido un aviso inquietante de las vulnerabilidades del sistema eléctrico nacional. Los especialistas ya habían alertado de los riesgos asociados con la transición hacia energías renovables, un cambio que, aunque necesario, trae consigo ciertos desafíos. Red Eléctrica, en su informe anual de 2024, había destacado el peligro de “desconexiones severas” debido a la creciente penetración de fuentes como la fotovoltaica y la eólica. La empresa matriz, Redeia, también subrayó la inestabilidad derivada de cierres de plantas convencionales de carbón, gas y nuclear, lo cual podría debilitar la capacidad del sistema para absorber perturbaciones imprevistas. La caída repentina del 60% en la producción de energía el lunes pasado, como describió el presidente Pedro Sánchez, provocó el que es considerado el mayor apagón en la historia del país, exigiendo una revisión urgente de responsabilidades en los operadores privados.
El fenómeno dejó en evidencia la fragilidad de las redes eléctricas altamente dependientes de energías renovables, que si bien son menos contaminantes, pueden ser inestables en términos de frecuencia. Las instalaciones de autoconsumo y las pequeñas plantas renovables no logran adaptarse rápidamente a los cambios, aumentando el riesgo de colapsos como el ocurrido. Red Eléctrica ha asegurado que no se trató de un ataque cibernético, sino de una serie de eventos desconectados que afectaron gravemente la frecuencia del sistema. La necesidad de aumentar las interconexiones con otros países y mejorar las capacidades de almacenamiento es más urgente que nunca. Mientras se sigue investigando el origen exacto del colapso, queda claro que el país debe reforzar su infraestructura y políticas eléctricas para asegurar una transición energética que garantice estabilidad y seguridad.
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