La percepción de la calidad en productos y servicios ha cambiado radicalmente en las últimas décadas, alimentada por un pesimismo generalizado y el cambio en las expectativas del consumidor. La proliferación de bienes desechables y la moda ultrarrápida han alterado la valoración tradicional de durabilidad y utilidad. Según expertos, como el psicólogo Albert Vinyals, el consumismo moderno se centra en la novedad en lugar de la longevidad, con impactos generacionales evidentes. En este contexto, la «cultura de la eficiencia» adoptada por empresas líderes, buscando recortes de costos y maximizando beneficios, ha hecho que muchos perciban un deterioro en la calidad. Sin embargo, esto se entrelaza con la promesa incumplida del capitalismo, que alimenta la insatisfacción al no garantizar el avance socioeconómico que antes se daba por supuesto.
Paralelamente, la tecnología avanza pero no siempre mejora la realidad percibida. La inteligencia artificial, destinada a facilitar procesos, ha incidido en una percepción de deterioro en la calidad, especialmente en atención al cliente, donde muchos usuarios prefieren interacciones humanas. Además, el aumento de reseñas falsas en plataformas como Amazon levanta dudas sobre la confiabilidad de las evaluaciones de productos. Este fenómeno se combina con la «obsolescencia percibida», donde se induce al consumidor a reemplazar productos funcionales por razones estéticas. La paradoja de tener más pero sentir menos satisfacción refleja un dilema que vincula prácticas de consumo actuales con un impacto ambiental negativo, cuestionando si, en realidad, lo que se ha degradado es la calidad de nuestros deseos y expectativas.
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