A principios del siglo pasado, Japón enfrentó una crisis que tuvo un profundo impacto social y político debido al alza en los precios del arroz, un alimento fundamental en la dieta diaria del país. Este aumento de precios provocó una ola de protestas masivas por parte de la población, ya que el arroz no solo era esencial para la alimentación, sino también un símbolo cultural. La escasez y el encarecimiento de este producto generaron un descontento generalizado que derivó en manifestaciones en todo el territorio nipón, poniendo en jaque al gobierno de la época.
La situación llegó a tal punto que el malestar social logró derrocar al gobierno en funciones. Las protestas evidenciaron la fragilidad del sistema político frente a las necesidades básicas de la población, y reflejaron cómo una crisis alimentaria podía desencadenar consecuencias políticas significativas. Este episodio se convirtió en un testimonio histórico del poder del pueblo y su capacidad para instigar cambios gubernamentales, sentando un precedente sobre la importancia de garantizar la seguridad alimentaria en la estabilidad política de Japón.
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