Hace un año, tras regresar inesperadamente de Madrid, me establecí de nuevo en México. En medio de este renacer, un peculiar gorrión comenzó a frecuentar la habitación contigua a la de mi madre, brindando compañía y aliento durante la revisión final de una novela. Este ave, que mi hermana aseguraba era la reencarnación de nuestro padre, se convirtió en un símbolo de apoyo, recordándome que incluso en la ausencia, los seres queridos permanecen presentes de formas inesperadas. Este tipo de experiencias ya se habían manifestado en mi familia, como cuando mi hermano mayor, Eliseo Alberto, conocido como Lichi, vivió un episodio similar tras el fallecimiento de otro hermano, cuando una paloma pareció traer su espíritu de vuelta.
Más recientemente, he vivido una experiencia similar en medio de la tragedia que ha afectado a mi familia. Mi hermana entró en coma tras un accidente automovilístico, y días después, nuestra madre falleció sin saber la condición en que se encontraba su hija. Durante la última semana, una ardilla negra ha aparecido diariamente en mi ventana, justamente a la misma hora del accidente de mi hermana, trayéndome una inesperada calma y una extraña conexión con mis padres fallecidos. Aunque no creo firmemente en estas manifestaciones esotéricas, encuentran un lugar en mi narrativa personal, ofreciéndome consuelo en el recuerdo de las personas que amo y que de alguna manera, siguen acompañándome en mi camino.
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