En un esfuerzo por poner fin a 15 meses de hostilidades entre Israel y Hamás, un acuerdo de alto el fuego fue anunciado en Doha, proyectando una tregua de 42 días dividida en tres fases. Este pacto, mediado arduamente por Qatar y Egipto, se logró gracias a la presión del expresidente Donald Trump, quien ligó su implementación a su asunción en Washington. A pesar del inicio de la tregua, el camino no ha sido sencillo, enfrentando constantes recelos y acusaciones de sabotaje por ambas partes. La primera fase, la más sencilla de implementar, involucrará el intercambio de 33 rehenes israelíes por entre 990 y 1,650 prisioneros palestinos. Sin embargo, los expertos se muestran escépticos sobre si la tregua sobrevivirá más allá de esta etapa, vislumbrando la reanudación del conflicto como el escenario más probable.
La complejidad del acuerdo se intensifica en las fases posteriores, donde las negociaciones sobre el futuro gobierno de Gaza y el papel continuo de Hamás serán cruciales. Analistas como James Gelvin y Kawa Hassan advierten sobre los desafíos que presenta este enfoque por etapas, recordando fracasos anteriores como los Acuerdos de Oslo. Además, surgen dudas sobre el compromiso de la administración Trump, conocida por su cercanía con Netanyahu, y las posibles concesiones ofrecidas para favorecer al primer ministro israelí. Para algunos expertos, el interés de Estados Unidos parece más enfocado en proyectar una imagen de pacificador global que en asegurar los derechos de los palestinos, mientras que Israel podría continuar su política de colonización en Cisjordania. A medida que se acerca el fin de la primera fase el 2 de marzo, el escepticismo se mantiene, cuestionando la viabilidad de este complejo acuerdo de paz.
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