Las recientes tensiones en el mar Báltico han alcanzado un nuevo pico debido a las supuestas actividades de sabotaje de Rusia. El incidente más alarmante se produjo el día de Navidad, cuando el cable submarino Estlink 2, crucial para la transmisión de electricidad entre Finlandia y Estonia, fue cortado. A este hecho se suman los daños registrados en otros tres cables en la región, lo que ha encendido las alertas sobre la seguridad de las infraestructuras críticas en Europa. El petrolero Eagle SL, perteneciente a la llamada «flota fantasma» rusa, ha sido detenido en aguas finlandesas como principal sospechoso de estas operaciones. En una respuesta coordinada, la OTAN, bajo la dirección del secretario general Mark Rutte, ha anunciado el incremento de su presencia militar en la zona mientras continúa la investigación sobre un posible «sabotaje».
Esta situación ha generado una cadena de reacciones diplomáticas y de seguridad. Las autoridades finlandesas han intensificado sus medidas de prevención, mientras que Estonia ha desplegado patrulleros para proteger los cables submarinos vitales. En Alemania, la ministra de Asuntos Exteriores, Annalena Baerbock, ha expresado su profunda preocupación, calificando a la «flota fantasma» rusa como una gran amenaza para la seguridad y el medio ambiente. Los incidentes son vistos como parte de una estrategia más amplia de guerra híbrida, con sanciones ya impuestas por la UE a medio centenar de buques implicados en actividades similares. Mientras tanto, en Rusia, el portavoz del Kremlin, Dimitri Peskov, ha minimizado la importancia del incidente, a pesar de las crecientes tensiones diplomáticas.
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