La reciente propuesta de la Comisión Federal de Comunicaciones (FCC) de Estados Unidos ha encendido un debate sobre el acceso público a los medios de comunicación. A medida que el expresidente Donald Trump critica abiertamente a la radiodifusión pública, se desarrolla una cuestión más sutil y potencialmente preocupante: el nuevo estándar para la televisión digital, ATSC 3.0, podría restringir significativamente el acceso ciudadano a las ondas públicas.
Este estándar, impulsado por la Asociación Nacional de Radiodifusores, incorpora sistemas de gestión de derechos digitales (DRM) que, en la práctica, privatizarían el acceso a las ondas. De aprobarse, los programas televisivos transmitidos podrían ser cifrados, requiriendo que los televidentes adquieran nuevos televisores con llaves de DRM para acceder a ciertos contenidos.
Es un movimiento que implica costos adicionales para los estadounidenses, muchos de los cuales aún dependen de la televisión por aire, especialmente en áreas rurales y de bajos ingresos. Tradicionalmente, las emisoras han ofrecido su programación gratuitamente a cambio de licencias para operar, basándose en que las ondas son un recurso público.
La implementación del DRM desafía este principio, transformando un servicio universal en uno gestionado por entidades privadas que decidirían sobre la tecnología y dispositivos compatibles. El cambio suscita preocupaciones sobre la innovación en el sector, recordando al estancamiento en el mercado de los DVD por restricciones similares.
Además, estas medidas de DRM chocan con los principios del uso justo, dificultando acciones cotidianas como grabar programas para visualizarlos más tarde. Esto podría llevar a los usuarios a enfrentar sanciones por tratar de eludir el sistema, limitando su capacidad de aprovechar el contenido de manera adecuada.
Los defensores de la propuesta argumentan que fomentará características interactivas benéficas, pero la falta de interés en su adopción voluntaria sugiere lo contrario. La Electronic Frontier Foundation (EFF) y otras organizaciones han instado a la FCC a rechazar la iniciativa, subrayando la importancia de mantener un acceso libre a las ondas públicas en beneficio de millones de ciudadanos, antes que favorecer a conglomerados mediáticos.
Esta controversia plantea una encrucijada para la FCC, que deberá decidir entre priorizar el interés público o ceder ante el impulso de la privatización de un bien común.