Desde su reingreso a la Casa Blanca, el presidente Donald Trump ha implementado una serie de órdenes ejecutivas para revertir gran parte de las acciones de su predecesor, Joe Biden. En su primer día, Trump eliminó 78 órdenes, marcando el inicio de un gobierno que prioriza la emisión de decretos para dirigir el rumbo del país. Este enfoque ha generado tensiones en una democracia que se enorgullece de su sistema de contrapesos entre el Ejecutivo, Legislativo y Judicial, ahora dominados por el conservadurismo del Partido Republicano. Las medidas adoptadas por Trump, algunas caracterizadas por su teatralidad, han suscitado críticas por su impacto en derechos y libertades, incluyendo la polémica de retirar a Estados Unidos de la Organización Mundial de la Salud bajo la premisa de oponerse a agendas progresistas.
Las decisiones de la administración Trump van más allá: desde acciones migratorias drásticas, cambios comerciales unilaterales, hasta la modificación de nombres geográficos, con el fin de imponer nuevas realidades. El conflicto con Associated Press por no utilizar el término «golfo de América» ejemplifica esta tendencia de manipular la percepción pública. En paralelo, el regreso al uso de plásticos, a pesar de las advertencias científicas sobre sus efectos dañinos, evidencia una postura anticientífica. La administración también ha sorprendido al designar a un activista anti-vacunas como secretario de salud. Esta corriente conservadora, que también resuena en Europa, plantea preguntas sobre los límites de la preservación cultural y la resistencia a la ciencia, en un contexto donde la socialdemocracia parece, por el momento, estar en silencio.
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