La candidatura conjunta de España, Marruecos y Portugal ha sido confirmada para albergar el Mundial de Fútbol de 2030, una decisión esperada dado que no enfrentaban competencia alguna. Sin embargo, el panorama del fútbol español está nublado por conflictos internos. Recientemente, el foco se ha puesto en la elección del nuevo presidente de la Federación Española, cuyo favorito es Rafael Louzán, una figura controversial dado su pasado judicial vinculado a su gestión en la Diputación de Pontevedra. Este contexto genera frustraciones entre las autoridades gubernamentales, que expresan su indignación por la falta de transparencia y ética en las gestiones futbolísticas, en una era post-Rubiales que aún obliga a lidiar con las secuelas de su legado, incluyendo tratos polémicos como el de la Supercopa con Arabia Saudí, en el que también se vio involucrado el exfutbolista Gerard Piqué.
A pesar de estos escollos en el ámbito institucional, la expectativa por el Mundial 2030 sigue en pie. El torneo, que se caracteriza por su carácter transnacional, podría también estar marcado por decisiones diplomáticas, como la posibilidad de ceder la sede de la final a Marruecos, ejemplificando la necesidad de mantener relaciones cordiales en la región. En tanto, el Gobierno español enfrenta la presión adicional de armonizar estas complejidades políticas en medio de la celebración deportiva. Este evento podría servir de plataforma para mostrar la capacidad de cooperación internacional y fortalecimiento de los lazos entre los países anfitriones. Sin embargo, las tensiones locales han subrayado la importancia de un enfoque menos problemático en el liderazgo futbolístico, en un intento por alinear las aspiraciones deportivas con principios éticos más firmes.
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