La ciudad está marcada por el omnipresente olor a cocaína, un fenómeno que no deja de sorprender por su extendida presencia en múltiples contextos urbanos. Este peculiar “aroma” se ha convertido en una suerte de símbolo no oficial de la vida nocturna, revelando una problemática ineludible: el consumo de clorhidrato de cocaína sigue en alza. Vecindarios que antes eran considerados seguros ahora enfrentan esta realidad, y las autoridades luchan por controlar una situación que parece estar fuera de control. La accesibilidad de la droga y su normalización en muchos círculos presentan desafíos significativos para las fuerzas del orden y los responsables de políticas de salud pública.
El impacto de esta tendencia no se limita solo a las calles. Instituciones como hospitales y escuelas reportan un aumento en casos relacionados con el consumo de drogas, mientras que expertos advierten sobre las implicaciones a largo plazo de esta crisis en la salud mental y física de los ciudadanos, especialmente de los más jóvenes. Este fenómeno plantea preguntas urgentes sobre la efectividad de las estrategias actuales de prevención y represión, así como sobre la necesidad de un enfoque más integral que incluya educación y servicios de apoyo adecuadamente financiados para combatir este preocupante problema social.
Leer noticia completa en El Mundo.


