Cataluña ha conmemorado su Diada en un ambiente marcado por la nostalgia y una evidente disminución en la movilización ciudadana. Antaño una poderosa muestra de fuerza del independentismo, la jornada festiva se vive ahora con menos fervor, afectada tanto por el paso del tiempo como por factores climáticos. Una tormentosa mañana en Barcelona comprometió los planes de muchos, reduciendo la afluencia a la tradicional manifestación del 11 de septiembre. La movilización comenzó en el Moll de la Fusta, en un recorrido significativamente más corto que en los años de apogeo del procés, cuando llegó a congregar alrededor de un millón de personas. En contraste, el año pasado reunió a solo 60,000 asistentes, y este año se notó más calma que entusiasmo. La joven Laila Grane, un testimonio de la transición generacional en el movimiento, señaló el agotamiento y la fragmentación del independentismo.
A pesar de los esfuerzos de la Assemblea Nacional Catalana (ANC) para revivir el espíritu de protesta, el ambiente reflejó una ciudadanía cansada y dividida. La ANC, con Lluís Llach a la cabeza, intentó animar la movilización sin demasiado éxito, mientras que sectores de ultraderecha como Aliança Catalana ganaban mayor prominencia. En cuanto a los partidos políticos, la Diada se convirtió en una plataforma para expresar posiciones diferentes sobre el futuro de Cataluña. Desde el PSC, Lluïsa Moret abogó por un enfoque inclusivo y dialogante, frente al escepticismo del PP catalán sobre la normalización en la región. Carles Puigdemont, desde Bélgica, reiteró sus deseos de libertad e independencia para Cataluña, mientras que Pere Aragonès instó a la reflexión sobre el conflicto político vigente. La Diada, atrapada entre la memoria y las nuevas realidades políticas, sigue siendo un reflejo de la complejidad del panorama catalán.
Leer noticia completa en El Pais.