En muchos casos de violencia de género, especialmente entre las parejas de mayor edad, la dinámica familiar puede convertirse en un obstáculo para romper el ciclo de abuso. Los hijos, acostumbrados a la relación disfuncional de sus padres, a menudo tienden a normalizar la situación en lugar de intervenir o apoyar a la víctima. Esta aceptación implícita del maltrato contribuye a que las víctimas continúen atrapadas en relaciones dañinas, sin percibir las actitudes como peligrosas o inusuales.
La dependencia emocional y económica de las víctimas hacia sus parejas agresoras, sumada a la presión social y la falta de recursos específicos, complica aún más la situación. A menudo, las personas mayores carecen de la información y el apoyo necesario para reconocer el maltrato y buscar ayuda efectiva. El sistema de apoyo, en vez de ofrecer contención y salida, a veces representa un muro que invisibiliza el problema, perpetuando un ciclo de violencia que se normaliza y se justifica bajo el manto del silencio familiar.
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