Madrid se encuentra al frente del desarrollo de infraestructuras tecnológicas en España, liderando con 46 de estos proyectos, 35 de ellos ya operativos y 11 en fase de construcción. Esto representa el 54,8% de la capacidad instalada a nivel nacional, superando a Aragón con un 30% y a Cataluña que sostiene un 12% del total. Sin embargo, la implementación de un nuevo marco normativo amenaza con alterar este panorama favorable.
La Dirección General de Transición Energética y Economía Circular ha realizado un exhaustivo análisis de la propuesta de Real Decreto que amplía las exigencias más allá de las disposiciones de la Unión Europea. Este proyecto supera las regulaciones de la Directiva (UE) 2023/1791 y el Reglamento Delegado (UE) 2024/1364 al añadir indicadores obligatorios en aspectos socioeconómicos y de tráfico de datos, que no están relacionados directamente con la eficiencia energética.
Uno de los puntos que genera mayor controversia es el artículo 7, que establece que los centros de procesamiento de datos (CPD) deben cumplir compromisos ambientales específicos para poder acceder y conectarse a la red eléctrica. Estas condiciones, inexistentes en otros países de la UE, podrían colocar a España en desventaja competitiva, según funcionarios de la Comunidad de Madrid.
Además, la disposición transitoria única extendería estas normativas a proyectos en tramitación, posiblemente vulnerando principios constitucionales de retroactividad y seguridad jurídica.
La Comunidad de Madrid aboga por mantener la eficiencia energética como foco central, pero critica la adopción de medidas que podrían limitar el desarrollo y la inversión extranjera. La capacidad de los CPD para contribuir a la transición energética se subraya como un valor añadido, dado su potencial para integrarse con fuentes renovables y sistemas de almacenamiento.
Las proyecciones del sector advierten que España puede convertirse en un atractivo para inversiones superiores a 58.000 millones de euros hasta 2030, con Madrid como polo central. Sin embargo, las estrictas regulaciones propuestas podrían reducir estas inversiones a 12.500 millones, afectando de manera negativa al empleo, la innovación y el liderazgo tecnológico del país.
El debate sobre este marco normativo refleja una tensión entre el fomento de la inversión tecnológica y la implementación de salvaguardas medioambientales, situando a España en una posición crítica para definir su estrategia de desarrollo sostenible y competitivo.