El colapso del régimen de Bachar el Asad en 2024 refleja la interconexión de las crisis geopolíticas globales. Este cambio, que en 2011 no lograron los levantamientos populares, fue precipitado por el debilitamiento de los aliados clave del régimen sirio, Rusia e Irán, ambos enfrentando sus propias crisis. Rusia ha estado inmersa en un desgastante conflicto en Ucrania, mientras que Irán, junto con Hezbolá, sufre las repercusiones de las ofensivas de Israel tras el ataque de Hamás en 2023. Estos desenlaces han dejado al gobierno de El Asad, frágil de por sí, sin el apoyo necesario para mantenerse en pie. La caída del régimen sirio no solo tiene repercusiones regionales, sino que también altera las proyecciones de poder de Rusia e Irán, evidenciando la volatilidad en un mundo cada vez más interconectado y competitivo.
A nivel global, el colapso del régimen sirio ofrece nuevas perspectivas y desafíos. Irán podría sentirse incentivado a desarrollar un programa nuclear armamentístico, especialmente bajo el nuevo mandato de Donald Trump en EE. UU., quien previamente retiró a su país del acuerdo nuclear con Irán y mantiene una postura poco conciliadora. En Yemen, los hutíes, miembros del eje de resistencia en transformación, podrían también experimentar cambios en sus posicionamientos geopolíticos. Con China enfrentando tensiones económicas y EE. UU. centrado en otros frentes, la dinámica de poder en la región podría reorganizarse gracias a un reinvigorado apoyo estadounidense a Israel y Arabia Saudí. Este ambiente de incertidumbre en Oriente Próximo subraya una vez más el potencial de transformaciones rápidas e inesperadas, recordando que las situaciones geopolíticas inestables pueden desmoronarse y reconfigurarse en un abrir y cerrar de ojos.
Leer noticia completa en El Pais.