La actual situación política en España refleja una profunda insatisfacción con el status quo, arraigada en el inmovilismo de un sistema partidista que ha evolucinado desde el bipartidismo a lo que muchos perciben como una estructura de poder encapsulada. Desde la transición democrática, el equilibrio ha sido mantenido por una clase política que ha ido distanciándose de las verdaderas necesidades de la población, actuando más como marionetas de un entramado económico-oligárquico que como representantes auténticos del pueblo. Mientras tanto, la economía sigue gravemente afectada por una deuda pública creciente y una dependencia de los fondos europeos que, aunque alivian ciertos aspectos financieros, también comprometen la capacidad del gobierno para defender los intereses nacionales de manera efectiva.
La situación se agrava en otros ámbitos como la educación, que ha dejado de ser un motor de movilidad social para convertirse en un medio de adoctrinamiento y complacencia. Esta decadencia de las instituciones es percibida como un reflejo de las aspiraciones cortoplacistas de los dirigentes políticos. Al mismo tiempo, se incrementa la preocupación sobre el ascenso de ideologías que, a uno u otro lado del espectro político, ponen en riesgo los principios de las democracias liberales. La lección es clara: España debe encontrar el valor para romper con los ciclos de complacencia política, fomentando el desarrollo de alternativas que, en lugar de perpetuar los problemas, permitan construir un futuro más estable y próspero.
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