La legislatura de Pedro Sánchez avanza con dificultades, marcada por su alianza política con Carles Puigdemont tras las elecciones del 23 de julio. El presidente del Gobierno ha optado por este controvertido compañero de viaje con el fin de mantener la estabilidad del país. Sin embargo, esta colaboración con el exiliado líder catalán, quien mantiene su deseo de independencia, ha generado tensiones y una percepción de retroceso en algunas áreas. Puigdemont, resentido y descontento por lo que considera una «amnistía interruptus», maneja a sus siete diputados en el Congreso con firmeza, influyendo significativamente en las decisiones del Ejecutivo.
En este contexto, Pedro Sánchez se enfrenta a un constante tira y afloja político, navegando entre avances y retrocesos en su gestión gubernamental. La figura de Puigdemont, uno de los principales promotores del movimiento independentista catalán, se erige como un peón influente en el escenario político nacional, al tiempo que Sánchez parece ceder espacio para mantener su posición al frente del Gobierno. Este vaivén legislativo, con tres pasos adelante y uno hacia atrás, refleja las complejas dinámicas de poder y las concesiones necesarias para sostener una estabilidad precaria en España.
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