En la madrugada del 3 de octubre de 2016, Kim Kardashian enfrentó una experiencia aterradora en una suite del Hôtel de Pourtalès en París. Dos hombres encapuchados ingresaron a su habitación, sometiéndola durante diez minutos mientras ataban sus manos y pies, y cubrían su boca con cinta adhesiva. Durante el asalto, los delincuentes se llevaron joyas valoradas en alrededor de nueve millones de euros. Este incidente, que en su momento acaparó los titulares, vuelve a ser relevante con el inicio del juicio en el Tribunal de Primera Instancia de París, casi una década después. Entre los acusados hay tres hombres mayores, quienes, debido a su apariencia y condiciones físicas, han sido apodados como los «abuelos ladrones».
El caso ha captado la atención mediática por su extraordinaria naturaleza, destacándose el contraste entre una influyente figura de las redes sociales y una banda de veteranos delincuentes parisinos que llevaron a cabo este famoso atraco. El juicio no solo busca esclarecer los detalles de aquel fatídico episodio, sino también poner fin a un sombrío capítulo en la vida de Kardashian. La opinión pública percibe este proceso judicial como un símbolo del enfrentamiento entre dos mundos distintos: el del lujo ostentoso y mediático, y el de la dureza de los suburbios parisinos.
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