A sólo dos meses de su regreso a la Casa Blanca, el presidente Donald Trump enfrenta una creciente ola de protestas de decenas de miles de ciudadanos estadounidenses que se manifiestan en las principales ciudades del país en contra de sus políticas y estilo de gobierno. Las acusaciones de un régimen marcado por la intimidación y el uso arbitrario del poder han resonado en los observadores internacionales, quienes han expresado su preocupación por el debilitamiento de los derechos y libertades fundamentales en Estados Unidos. Figura central en estas críticas es la exsecretaria de Estado Hillary Clinton, quien en un artículo reciente en The New York Times advirtió sobre los peligros de "poder estúpido", destacando la necesidad de equilibrar el poder duro asociado con la fuerza militar y la represión, con el poder blando que incluye la diplomacia, la economía y la influencia cultural.
Simultáneamente, el expresidente Joe Biden ha alzado su voz, describiendo como "impresionante" el daño infligido por la administración Trump hasta ahora, mientras la amenaza de recortes en la Seguridad Social genera un creciente malestar entre los ciudadanos. Esta situación expone la paradoja del trumpismo: aquellos que se sienten desprotegidos por el sistema son los mismos que se ven atraídos por el discurso populista, aun cuando este les perjudique. La actual administración enfrenta críticas no sólo por su política interna, sino también por su tratamiento de la disidencia. Casos como la expulsión de Associated Press de las conferencias de prensa de la Casa Blanca y las amenazas a las universidades Ivy League revelan un clima de creciente hostilidad hacia la crítica y el activismo, en un contexto donde, según observadores, cada paso parece desmantelar elementos esenciales de la democracia estadounidense.
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