El ministro de Defensa de Israel, Yoav Gallant, ha declarado que el «centro de gravedad» del conflicto se traslada al norte del país, marcando el inicio de una «nueva fase de la guerra». Este cambio estratégico viene tras el traslado de la 98ª División, entrenada previamente en Gaza, al norte para confrontar a Hizbulá, el grupo terrorista proiraní en el Líbano. Las Fuerzas de Defensa de Israel (IDF) han movilizado a sus unidades de paracaidistas y comandos, así como efectivos en reserva para reforzar la frontera y anticipar posibles ataques a gran escala. El reciente debilitamiento de Hizbulá, tras dos oleadas de explosiones en sus equipos de comunicación que causaron decenas de muertes y miles de heridos, ha sido reconocido como una oportunidad para Israel, según Gallant y el jefe del Estado Mayor, Herzl Halevi.
El primer ministro israelí, Benjamin Netanyahu, ha subrayado que la misión principal es permitir que los habitantes desplazados del norte de Israel puedan regresar a sus hogares de manera segura. Sin embargo, la escalada contra Hizbulá podría atraer una respuesta contundente del grupo terrorista, lo que plantea preguntas sobre el costo humano y material que Israel está dispuesto a asumir. Analistas como Moussa Bourekba del Cidob, advierten que, pese a la superioridad militar y nuclear de Israel, la guerra contra Hizbulá representa una apuesta arriesgada, dada la cantidad considerable de combatientes que el grupo posee. Además, se especula sobre el posible respaldo de Estados Unidos a Israel y el impacto que las elecciones presidenciales en noviembre puedan tener en la dinámica del conflicto. La situación sigue siendo tensa y las implicancias a largo plazo, inciertas.
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