En un momento histórico para Siria, la capital, Damasco, despertó bajo la incertidumbre y el estruendo de explosiones cuando Israel lanzó una serie de ataques aéreos precisos sobre instalaciones militares estratégicas, reivindicando el debilitamiento de los suministros de armamento de Irán a la milicia chií libanesa Hizbulá. Estos ataques fueron dirigidos a estaciones de radar, baterías de defensa antiaérea y otros complejos militares aprovechando la retirada del líder Bashar Asad, actualmente en Rusia, y el concomitante vacío de defensa, dado que los sistemas rusos habían dejado de operar. La operación israelí, confirmada por su gobierno, aspira a destruir cualquier vestigio de las capacidades aéreas y de armas estratégicas sirias, atendiendo a que esta coyuntura les ofrece una oportunidad singular en el contexto del prolongado conflicto en la región.
Simultáneamente, se produjo una incursión de tropas israelíes en la franja de separación de los Altos del Golán, una medida calificada como «temporal» por el primer ministro israelí, Benjamín Netanyahu, quien justificó esta ocupación como una respuesta estratégica al colapso del acuerdo de retirada de 1974 tras la escalada rebelde en Siria. Este terreno, cuya anexión por parte de Israel en 1981 no ha sido reconocida internacionalmente salvo por los EE.UU., se mantuvo pacífico hasta la reciente agresión. Mientras los colonos israelíes y los residentes sirios drusos viven entre la tensión, las acciones de Israel son vistas como un intento de asegurar la frontera y prevenir futuros conflictos similares al ataque del 7 de octubre de 2023 desde territorio sirio. Esta situación ha tensado aún más la región, atrayendo críticas de naciones vecinas y dejando a Siria en un estado de mayor vulnerabilidad y caos.
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