La reciente muerte de Hasan Nasralá, líder de Hizbulá desde 1992, ha provocado una notable conmoción en Oriente Próximo. Las autoridades iraníes, principales patrocinadores del grupo chií libanés, consideran que su desaparición fortalecerá el «eje de la resistencia». El Líder Supremo iraní, Ali Jamenei, ha instado a los musulmanes de todo el mundo a unirse para vengar la muerte de Nasralá, mientras que diversas facciones, como los hutíes en Yemen y el partido Amal en el Líbano, han prometido represalias contra Israel. La situación se ha agravado con ataques con cohetes hacia Tel Aviv y otras áreas, y con un endurecimiento de la postura tanto de Israel como de sus opositores.
Benjamin Netanyahu, Primer Ministro de Israel, declaró que «el trabajo no está terminado» y afirmó que la eliminación de Nasralá era crucial para evitar la restauración de las capacidades de Hizbulá. Mientras tanto, Estados Unidos ha respaldado firmemente el accionar israelí. El presidente Joe Biden calificó el asesinato como un acto de justicia, y Washington ha tomado precauciones al evacuar al personal diplomático en Beirut. Los bombardeos en Beirut continuaron, dejando numerosos muertos y heridos, y se teme que esta escalada de violencia pueda derivar en una guerra de mayor escala en la región, con Irán y sus aliados en el punto de mira.
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