En una nueva jornada de tensiones, las fuerzas antidisturbios desplegaron fuertes medidas de control para dispersar a manifestantes proeuropeos que tomaron las calles en una manifiesta demostración de descontento en un país de Europa del Este. Los agentes, equipados con gases lacrimógenos, balas de goma y cañones de agua, confrontaron a los protestantes que demandaban una alineación más cercana con políticas y valores de la Unión Europea. Las escenas de enfrentamiento fueron intensas, prolongándose durante varias horas en las principales arterias de la ciudad, afectando el flujo normal del tráfico y la vida cotidiana de los residentes. La situación alcanzó su punto álgido cuando los manifestantes, en su mayoría jóvenes con pancartas y banderas del continente, intentaron romper las barreras establecidas por la policía y acercarse a edificios gubernamentales.
La respuesta de las fuerzas de seguridad ha sido objeto de críticas severas por parte de organizaciones de derechos humanos que consideran las tácticas empleadas como un uso desproporcionado de la fuerza. Este episodio se enmarca en un contexto de creciente polarización política y social, donde sectores importantes de la población exigen un giro hacia políticas más democráticas e integradoras a nivel europeo, en contraposición a las actuales directrices del gobierno, percibidas como autocráticas y nacionalistas. Analistas internacionales observan con preocupación el desarrollo de los acontecimientos, ya que temen que esta escalada de violencia pueda derivar en un conflicto de mayores dimensiones, alimentado por desigualdades y la falta de consenso sobre el rumbo político que debe adoptar el país.
Leer noticia completa en El Mundo.