El reciente anuncio del ejército israelí sobre la muerte de Yahia Sinwar, líder de Hamás, ha sido recibido con euforia en Israel, particularmente entre los bañistas de Tel Aviv. La noticia llega como parte de la estrategia del gobierno de Netanyahu que ha elevado a Sinwar a la categoría de enemigo número uno, culpándolo de un ataque ocurrido el 7 de octubre. La retórica del líder israelí y sus ministros es clara, colocando a Sinwar como una figura demoníaca similar a Amalec en la Biblia, con los ciudadanos de Gaza como su pueblo. Este enfoque belicista, alimentado por el neo sionismo ultranacionalista, busca justificar la continuación del conflicto a través de asesinatos selectivos, generando una sensación de victoria que, en lugar de fomentar la paz, perpetúa la guerra.
Sin embargo, las experiencias históricas en la región indican que la violencia y la radicalización no son el camino hacia la resolución. Desde la Guerra de los Seis Días de 1967 hasta la Segunda Intifada, la historia de Israel muestra que la respuesta militar conduce a una mayor fragmentación y confrontación. Para que la muerte de Sinwar tuviera un efecto positivo, sería necesario que Netanyahu ofreciera un plan claro para el futuro de Gaza después de la guerra, lo cual parece ausente en su discurso y acciones actuales. Los intentos diplomáticos de Europa y EE. UU. han fracasado en obtener del primer ministro israelí una visión para el «día después», mientras que en el frente interno los partidos ultranacionalistas, clave para su gobierno, promueven la anexión de Gaza y Cisjordania. En este entorno, la paz se ve como un objetivo lejano, obstaculizado por la política actual y el poder de los partidos radicales.
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