Intel, el coloso de la tecnología conocido por liderar el mercado de procesadores para PC desde la década de los 70, se encuentra en medio de una tormenta marcada por pérdidas, despidos y la salida de ejecutivos hacia otras compañías. En un golpe más a su ya accidentado camino, la empresa ha anunciado un retraso sustancial en la construcción de sus plantas de fabricación en Ohio, un proyecto vital para su futura competitividad.
La inversión de 28.000 millones de dólares, prometida en octubre de 2024, había generado entusiasmo en el mercado, impulsando sus acciones casi un 20%. Sin embargo, la promesa se topó con la dura realidad: la primera fábrica no estará lista hasta 2030, al menos cinco años después de lo previsto inicialmente, en un giro que ha hecho levantar las cejas a más de un analista del sector.
El historial de retrasos de Intel ya era una preocupación antes de esta noticia. Los ejemplos abundan: los procesadores Xeon no llegaron a tiempo para competir eficazmente con AMD, y la serie de CPUs Clearwater Forest también ha sido pospuesta. Todo esto enmarca los proyectos de Ohio en una narrativa de una década de espera, dado que la construcción debía haber comenzado en 2020. Ahora se proyecta que la primera instalación empezará a funcionar entre 2030 y 2031, y la segunda un año después, activándose ambas en términos de producción en 2032.
Intel justifica estos aplazamientos como un movimiento calculado para adecuar sus operaciones a la demanda del mercado, intentado gestionar sus gastos bajo un enfoque responsable. La presión financiera derivada de su estrategia de convertirse en un fabricante de chips para terceros ha impactado sus márgenes, llevándolo a reevaluar sus inversiones y ajustar operaciones, según Naga Chandrasekaran, gerente general de Intel Foundry Manufacturing.
En términos bursátiles, el anuncio inicial de retraso vino de la mano de un leve optimismo, con las acciones aumentando un 5%, para luego estabilizarse con un margen apenas positivo del 1%. Esto refleja los constantes vaivenes y la incertidumbre que rodean a la compañía en una industria de semiconductores en pleno dinamismo.
El último año no ha sido benévolo para Intel. La empresa redujo el 15% de su fuerza laboral y suspendió el pago de dividendos, en un intento agresivo por limitar costes y llevar los gastos operativos a 17.500 millones de dólares para 2025.
Frente a estos retos, el ambicioso proyecto de Ohio, a pesar de la significativa inversión, parece insuficiente para despejar las dudas sobre la capacidad de Intel para retomar el liderazgo del mercado. Los desafíos financieros y tecnológicos continúan acechando, obligando a la compañía a demostrar una capacidad de adaptación ante un entorno cada vez más exigente. En este contexto, la pregunta que queda en el aire es si Intel podrá renovar su legado o si seguirá enfrentándose a un camino lleno de escollos.